La artista se las ingenió para ir a rezar a Ronda. El párroco tuvo miedo de los escoltas y dejó el templo casi a oscuras
Era un chaval sin miedo, con tendencia rampante a subirse a los árboles, desde donde recibía una a una la cámara de los fotógrafos para intentar captar, entre las veladuras de las ramas, alguna imagen de la artista. Nunca se supo, ni siquiera en 2014, en el aniversario de la grabación del vídeo, si entre las miles de fotos que se dispararon en Antequera y Ronda alguna respondía realmente a su autoría, acaso un dedo travieso, arrebatado del temblor por la audacia de los juegos infantiles, achuchando el objetivo frente a unos centímetros de albero, de perfiles confusos y pérgolas y focos.
Tampoco el torero Emilio Muñoz, que fue contratado por la productora, dispuso de mucho tiempo para conversar con la diva. Las crónicas dicen que se vieron brevemente. Hablaron de Dios y del tormento de la fama. Aunque en la canción, Madonna persigue al matador, a la manera de Carmen, en sus días en la provincia estuvo más tranquila. Para muchos, la visita de la cantante derivó en un alambicado y a veces violento sistema de filtros. Pero la diva estuvo aquí, sin necesidad de echar mano a la fantasmagoría. Sus pasos por las calles quedaron consignados por el equipo de rodaje a las seis de la mañana, cuando toda la parafernalia podía diluirse en el silencio invernal y empedrado de las calles.
En su estancia en Ronda, Madonna también se las ingenió para acudir a rezar a la iglesia del Espíritu Santo. Fue a una hora ya tomada por la negrura del atardecer. El párroco, oculto, contempló a su equipo personal de guardaespaldas, enhiestos, negros y fornidos. Cuentan que tuvo tanto miedo que hasta apagó las luces para que se marcharan lo antes posible.
En la monumental ciudad del Tajo se filtraba un trasfondo de polémica. Los Ordóñez se habían negado a ceder la plaza de toros para el rodaje; hay quien dice que por diferencias económicas, otros porque entendían como una suerte de profanación la llegada de la rubia. La productora había recibido presiones de grupos ecologistas y Emilio Muñoz, que en principio iba a ofrecer una faena para seiscientas personas, tuvo que torear a puerta cerrada y sin barrabasadas sanguíneas. La diva apareció en la plaza rodeada de doscientos figurantes, las más cetrinas y folclóricas del municipio. Al resto se le excluyó por modernos previo pago de la peonada. «Torera, torera», gritaban con júbilo.